Tengo ya un buen rato con una idea que no deja de dar vueltas en mi cabeza, y es que no puedo dejar de pensar que muchas de las memorias del ser humano son un recuerdo del futuro. Pienso que lo que una vez fue recuerdo e historia se convierte en profecía al seguir la voz de Nietzche cantando su eterno retorno. Una de las imágenes en la que veo esta idea de manera más clara es recordando el génesis, la historia del Paraíso y de una supuesta expulsión del ser humano de esa felicidad en la absoluta comunión con su entorno, con su Dios. Me pregunto si las manos que escribieron a Adán y a Eva, si los ojos que imaginaron esa historia, habrán estado confundidos y atados a un tiempo lineal dándole así una interpretación sentenciante al relato pronunciado.
Me imagino, en este recordar un posible futuro, al hombre decadente de nuestros días, limitado por su propia psiquis, paralizado por sus miedos, ciego al sentir de lo sagrado y mundano hasta más no poder. Le doy fácilmente forma a este hombre en mi cabeza, corroído en sus valores, atrapado en sus labores sin alma, está tan presente que no es difícil de visualizar. Pero en vez de imaginarlo como el expulsado del paraíso empiezo a comprender esa historia como una profecía contada al revés.
Ésta profecía cuenta como este hombre se descubre vacío y superfluo, y con su libre albedrío, con su libre pensamiento, decide buscarse, conocer su esencia. En esa búsqueda, este hombre, por humano y no por sexo, se vuelve a la tierra, a las plantas, a buscar en su madre su propia esencia. Con mucha suerte, y con el despertar atento de una Eva en búsqueda, encontrará tal vez la voz sabia de la serpiente, quien a través de los frutos hechos sagrados podrá darle luz a este turbio recipiente de energías. Lo sagrado le será comunicado, y un nuevo conocimiento del mundo se abrirá ante sus ojos. El peso que por tanto tiempo había estado posado sobre su ‘yo’ le será levantado, y con infinita levedad todo a su alrededor compartirá su carga, su peso de consciencia. Extasiado con la nueva visión el hombre quitará sus ropas y olvidará todos los nombres que ha impuesto sobre su entorno, sobre sí mismo. Una vez libre de los barrotes del prejuicio y la culpa el ser renacerá en la pureza, en lo Divino. Cesará de existir el dedo señalador que desde arriba aplasta, pues el estadio del hombre ya no es abajo. Se sabrá a si mismo portador del todo, con esencia de nada. Ya no temerá pues conocerá su luz, a sabiendas que en su centro yace la oscuridad de su profundidad. Y habrá retornado así la era de lo sagrado, donde el inocente convierta su mundo en un paraíso que no se reserva el derecho de admisión.